AMAR DESDE LA HERIDA: DEL VACÍO A LA VERDAD!
Amar desde la herida: del vacío a la verdad"
Casarme de la forma en que lo hice fue, sin saberlo, una manifestación profunda de mi herida. No fue una elección nacida desde la paz o la claridad, sino desde el deseo desesperado de sentirme validada, de demostrar cuánto podía amar, de convencerme de que si daba todo de mí, alguien se quedaría. El problema no fue haber amado… sino haberlo hecho desde el miedo a no ser amada.
Así empezó un camino donde convivía con alguien, pero cada día sentía más sola. Había un techo compartido, una rutina construida, pero emocionalmente estábamos a kilómetros de distancia. Yo me esforzaba por entender, por acercarme, por sostener… pero mis necesidades emocionales eran minimizadas, ignoradas o postergadas. Y sin darme cuenta, caí en una relación fantasma: de esas donde el otro está, pero no está; donde el cuerpo acompaña, pero el alma está cerrada.
Cuando se convive con alguien con apego evitativo, los intentos de conectar terminan en evasión, en monosílabos, en silencios que gritan. Uno suplica por validación, pero encuentra distancia. Y lo más duro no es que no te amen… es que no saben cómo hacerlo. No porque no quieran, sino porque nunca aprendieron a amar desde la sanidad y la presencia. Están atrapados en sus propios miedos, daños emocionales y formas de protección. Hombres (o mujeres) que han sido lastimados, que cargan culpas viejas, traumas no resueltos, y que han aprendido a sobrevivir cerrando el corazón.
La persona con la que compartí mi vida está profundamente afectada, aunque aún no lo reconozca. No es su culpa ser así, pero sí es su responsabilidad mirar hacia adentro y sanar. A veces se escuda en el sarcasmo, en la huida emocional, en el "yo soy así", sin detenerse a pensar cuánto daño puede causar a quienes lo rodean y a sí mismo. Y el problema no es solo lo que hace… es lo que se niega a ver.
Yo también me perdí. Me olvidé. Me esforcé tanto en sostener a alguien roto, que terminé rompiéndome a mí misma. Me descuidé emocionalmente, me culpé, me forcé a entender cuando lo que necesitaba era poner límites. Y aunque hoy no justifico nada de mis propias decisiones, sí puedo ver que muchas fueron consecuencias de vacíos no resueltos y de una soledad interna que llevaba años doliendo.
Salir de ahí no ha sido fácil. Soltar es doloroso. Dejar ir, aunque sea lo que duele, también duele. Porque no se deja solo a una persona: se deja una ilusión, un proyecto, una esperanza. Y queda un desierto. Uno largo. Uno donde no hay ruido, pero tampoco hay abrazos. Sin embargo, en ese desierto también aparece Dios.
Y es Él quien empieza a hacer todo nuevo. Empieza por mostrarte que tu valor no depende de cuánto das, ni de cuánto luchas, ni de cuánta compañía soportas. Tu valor está en que eres hija amada, y por eso no mereces vínculos a medias, ni amor intermitente, ni cariño con condiciones.
> “He aquí, yo hago cosa nueva; pronto saldrá a luz; ¿no la conoceréis? Otra vez abriré camino en el desierto, y ríos en la soledad.”
— Isaías 43:19
Ese versículo hoy es mi ancla. Porque me recuerda que lo vivido no me define, que el dolor no es mi destino final, y que estoy en proceso. Estoy soltando, estoy sanando, estoy aprendiendo a elegirme. Ya no quiero mendigar presencia. Ya no quiero justificar ausencias. Ya no quiero ser fuerte para sostener lo que no me sostiene.
Hoy decido amar diferente. Y ese amor empieza por mí.
Comentarios
Publicar un comentario