LA CÁRCEL DE LOS CUATRO POLLITOS

 

LA CÁRCEL DE LOS CUATRO POLLITOS 

Marzo 23 de 2014 - 12:30 p.m.

Hoy observé detenidamente el comportamiento de unos pollitos que nos regaló una familia del corregimiento de Malpica. Esta familia se ha convertido en una bendición para nuestras vidas, y creo que también nosotros lo hemos sido para ellos… pero esa es otra historia.

Estos cuatro pollitos viven actualmente en el cuarto en construcción de mi hija menor. Los tenemos allí para protegerlos del gato y porque, sinceramente, aún no contamos con un lugar adecuado para ellos. Desde pequeños se han acostumbrado a ese encierro. Pasan el día picoteando por el lugar. Yo, que acostumbro a analizarlo todo —¡qué cosa conmigo!—, los observé largo rato y decidí hacer un pequeño experimento.

Les retiré una lámina de icopor que era lo único que los separaba de la libertad (que, por cierto, ya la tienen picoteada casi por completo). Cambié el agua, les di alimento, y esperé… esperé pacientemente a ver si salían de esa cárcel improvisada. Pero no pasó nada. Comieron, bebieron y siguieron su rutina sin notar que ya no había barreras.

Mi hipótesis se confirmó: estaban tan acostumbrados al encierro que ni siquiera reconocieron la libertad cuando estuvo delante de ellos.

Y pensé: ¿no nos sucede lo mismo a nosotros?

Dios nos dice que ha puesto delante de nosotros dos caminos: el de la vida y el de la muerte. Y nos aconseja elegir la vida. Pero estamos tan habituados a nuestra forma de vivir —aunque esté mal— que ya ni distinguimos que hay algo mejor. Nos aferramos a una falsa zona de confort, a una rutina vacía.

Estos pollitos no nacieron en ese cuarto. Vinieron de la libertad del campo, de la naturaleza, del canto de los árboles… pero por circunstancias los encerramos. Al principio luchaban, piaban, querían salir. Con el tiempo, se resignaron. Hoy su universo es ese rincón de cemento entre juguetes y chécheres. Tal vez ya olvidaron lo que era la libertad.

Cada día hacen lo mismo: comen, beben, picotean. Y al caer la tarde, comienzan a "cantar" para que los guardemos en una cajita aún más pequeña donde duermen. Es un ritual fiel.

Eclesiastés 2:23 dice: "Porque todos sus días no son sino dolores, y sus trabajos molestias; aun de noche su corazón no reposa. Esto también es vanidad."

Así vive quien no ha descubierto su propósito divino: comer, trabajar, sobrevivir… y morir.

Antes de nacer, teníamos un principio espiritual. Conocíamos lo eterno, lo celestial. Pero al crecer, nos alejamos de lo espiritual, de nuestro Creador, y nos volvimos esclavos de las deudas, del afán, del orgullo, de las apariencias…

Somos como esos pollitos: creemos que la vida es esa cajita donde dormimos cada noche sin darnos cuenta de que nacimos para volar.

¿Te has preguntado qué hay más allá de esta rutina? ¿Cuál es el verdadero propósito de tu vida? ¿Qué estás haciendo con los dones y talentos que Dios te dio?

Si no tienes respuestas, te invito a buscar en la presencia de Aquel que todo lo sabe. Él te creó, Él conoce tu destino. No te conformes con un universo limitado. No te resignes al encierro. Mira por las rendijas, anhela el sol, sueña con el cielo, busca lo eterno.

Y así, cuando llegue el final de tus días, puedas decir con paz: "He vivido para lo que fui creado."

Yo, por mi parte, buscaré la manera de llevar a esos cuatro pollitos a un lugar donde puedan ser libres y disfrutar la vida para la cual nacieron.

✍🏻Carito🌹

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