A veces amar también duele. Y soltar, aunque duela más, es necesario. Hay relaciones que nos abrazan, pero también nos desordenan por dentro. Que comienzan como refugio y terminan volviéndose adicción. No es fácil reconocerlo, pero hay vínculos que nos quitan el sueño, que nos llenan de ansiedad, que nos hacen perder el rumbo. Cuando el cuerpo empieza a temblar, cuando ya no puedes dormir, cuando vuelves a viejos hábitos buscando consuelo… es momento de parar. A veces el amor se confunde con necesidad. Y uno empieza a cargar culpas, a sentirse dividido entre lo que quiere, lo que necesita y lo que debe hacer. Terminas juzgándote, castigándote, sintiéndote rota… como si existieran dos versiones de ti que no logras reconciliar. Hasta que un día toca tomar decisiones que duelen. No para herir a nadie, sino para salvarte a ti misma. No se trata de borrar lo vivido, ni de negar lo que se sintió. Se trata de sanar, de volver al centro, de reencontrarse con los sueños que quedaron en pau...
Comentarios
Publicar un comentario